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Asunto: Felicidades

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     La secretaria de la Asociación Santafecina de Pediatras comunicó al nuevo presidente, el doctor R. Bianco, que, al iniciar diciembre, correspondía enviar saludos a cada uno de los médicos asociados. La mujer, ofreció a Bianco— sesentón; oriundo de un pueblo de la provincia de Santa Fe, Argentina—, elegir entre tres modelos de tarjetas postales. Todas con el mensaje impreso: ¡Feliz Navidad! ¡Próspero Año Nuevo! ¡Feliz día de Reyes!             El veterano doctor—descendiente de tanos de Turín—, rechazó la tarjeta que tenía en su portada, un pesebre dorado. Tampoco le agradó, la del pino nevado, con bolas rojas colgando de las ramas. Menos aún, la del Papá Noel, en el trineo, con los renos volando. Una que al abrirse, expulsaba los acordes de Din Dong Bell . Musiquilla que a la tercera vez de escucharla, haría gritar improperios a la mismísima Madre Teresa de Calcuta.             R. Bianco propuso que, ese año, los buenos deseos se hicieran llegar a través de mensajes electrón

Angelitos del alma

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  29 julio de 2009 A Raúl Bianco le faltaban pocos meses para cumplir los sesenta. De pronto sus cabellos se volvieron grises, la barba blanca y las ojeras más oscuras. Si su cara no terminaba de parecerse a una fotografía en blanco y negro era porque muy seguido se tornaba roja, sobre todo cuando discutía sobre política en el bar o de medicina en el ateneo del hospital. Él esperaba de buen humor las mañanas de los viernes, momento en que se escapaba hasta los dispensarios de Colastiné o Santa Rosa de Lima para colaborar con los residentes. Le causó gracia enterarse, en uno de esos viajes relajados, que para los jóvenes médicos hacía rato era: “El Viejo”. Más allá de las canas, el mote lo tenía merecido por algunas conductas retrógradas; como enfurecer porque alguien usara el celular durante un pase de sala, o seguir llamando “dispensarios” a los CAPS (Centros de Atención Primaria de la Salud) de los barrios periféricos.   Cuando se le reprendía por esto, refunfuñaba: “Decirles CAP

“El Pumpido” (Comedia, pasión y llamas)

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Córdoba es una capital de provincia, ubicada en el centro de la República Argentina, orgullosa de mostrar sus diferencias con la ciudad puerto de Buenos Aires. La identifican: una Universidad de cuatrocientos años, las iglesias centenarias, un cinturón de industrias, el sonido de la música popular de los cuartetos y las particularidades de sus habitantes. Gente que habla el español con una cadencia especial y que ha hecho del chiste rápido su bandera. En la tonada cordobesa, se alargan las vocales que preceden a la sílaba acentuada. Por ejemplo para nombrar: “capital”, “camión”, “mamá”, los mediterráneos dicen: capiital; caamión, maamá. Y maamita, si se tratase de una llamativa mujer (aunque la señorita no tenga hijos). Según una encuesta sobre el primer Gobierno Patrio, realizada en escuelas cordobesas, el personaje más recordado por los niños fue Saavedra; aunque podría tratarse de un estudio apócrifo. Los habitantes de Córdoba prefieren reemplazar con la “i”, a otras letras o sílaba

Apenas un entusiasta

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Nunca fui demasiado original, ni siquiera para soñar. Como la mayoría de los nacidos en la Argentina, cuando niño me ilusionaba con jugar un campeonato Mundial de Fútbol vistiendo la camiseta de las franjas celestes y blancas. Fui un futbolista entusiasta y torpe; en partes desiguales, pues predominaba la  porción de la torpeza. Un marcador de punta de la época en las que “el cuatro” se  quedaba en su parcela como muñequito de metegol. Pisé las canchas con manchones de pastos desparejos,  primero en campeonatos infantiles, después en ligas pueblerinas  y por último en las disputas de las copas “Amistad deportiva”. Torneos para veteranos  en donde todos terminaban lesionados, porque a pesar del nombre, en esos encuentros no se mezquin aban patadas. Se disputaban “con el cuchillo entre los dientes”, como pedía el Cholo Simeone. Los jugadores profesionales, en especial los muy hábiles, se retiran pronto. Más allá de las rodillas maltrechas, de los asados con mucho Malbec y o