Angelitos del alma
29 julio de 2009 A Raúl Bianco le faltaban pocos meses para cumplir los sesenta. De pronto sus cabellos se volvieron grises, la barba blanca y las ojeras más oscuras. Si su cara no terminaba de parecerse a una fotografía en blanco y negro era porque muy seguido se tornaba roja, sobre todo cuando discutía sobre política en el bar o de medicina en el ateneo del hospital. Él esperaba de buen humor las mañanas de los viernes, momento en que se escapaba hasta los dispensarios de Colastiné o Santa Rosa de Lima para colaborar con los residentes. Le causó gracia enterarse, en uno de esos viajes relajados, que para los jóvenes médicos hacía rato era: “El Viejo”. Más allá de las canas, el mote lo tenía merecido por algunas conductas retrógradas; como enfurecer porque alguien usara el celular durante un pase de sala, o seguir llamando “dispensarios” a los CAPS (Centros de Atención Primaria de la Salud) de los barrios periféricos. Cuando se le reprendía por esto, refunfuñaba: “Decirles CAP